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10:35 a.m. (2ª parte)


Dorian

Viernes 13 de Noviembre 08:03 a.m.

Hacía escasos minutos que el tren con dirección a la ciudad sin nombre había dejado la estación. Después de una larga escala desde el aeropuerto Charles de Gaulle, en París, hasta el Artabán en Bursipa Dorian buscaba, de cabina en cabina, un lugar en el que descansar. El prestigioso Alexandros de Anónima se encontraba en restauración desde que una explosión, aún sin explicación oficial, había destruído la sección oeste del mismo. El jet lag seguía afectándole aún después de haber dormido largo y tendido al llegar a Bursipa y aquel viaje en tren no facilitaba las cosas. Los vagones estaban atestados por empresarios y trabajadores que se dirigían a la ciudad gemela a un día más de faena, Dorian, cuyo equipaje únicamente eran una pequeña bolsa de viaje con un par de mudas y un maletín, vagaba adormilado buscando un lugar en el que poder descansar. Finalmente encontró una cabina en la que quedaba un hueco, tres hombres, aparentemente tan adormilados como él, esperaban dentro. Nada más entrar algo despertó su alarma interna y con una gran dosis de fuerza de voluntad se deshizo de todo el cansancio acumulado, aquellos hombres eran peligrosos.
- Buenos días, caballeros siento importunarles ¿puedo tomar asiento?- preguntó Dorian disfrazando su voz con el acento francés que había perfeccionado en su estancia en París, se quitó su sombrero gris y procedió a dejar su escaso equipaje sobre las rejillas destinadas a ello. Los tres hombres le devolvieron débilmente el saludo, uno de ellos acompañándolo de una sonrisa un tanto inquietante.
Arrepentido por su elección se vio obligado a tomar asiento junto al hombre de la sonrisa, de aspecto famélico, que jugueteaba con los dedos sobre una de sus rodillas. El segundo de ellos no le prestó apenas atención y volvió la mirada al exterior. El último ocupante de aspecto imponente echó la cabeza hacia atrás dispuesto a quedarse profundamente dormido, aquello tranquilizó a Dorian, si su apreciación era correcta y estos hombres iban a causarle problemas, prefería no tener que enfrentarse directamente a aquel gigante.
En seguida el hombre de los dedos inquietos comenzó a entablar conversación, al principio un tanto trivial pero pasado un tiempo la charla acabó siendo animada. Dorian pudo advertir que los dos hombres que estaban sentados frente a él respiraban acompasadamente, lo cual desvelaba que ambos estaban dormidos, la desventaja en aquella situación comenzaba a reducirse.
Dedoslargos, que así se hacía llamar aquel hombre de nariz ganchuda, era un gran orador y la tertulia continuó sin ningún contratiempo, aún en contra de sus sensaciones. El viaje había pasado ligero e incluso el cansancio se había quedado de lado.
- Que tengan un buen día- se despidió apresuradamente minutos antes de frenar definitivamente el tren.
Anónima le recibió con una brisa fría y el olor, distante pero presente, del mar mientras el vaho ascendía con cada aliento. Dorian pudo imaginar perfectamente las olas espumosas, chocando constantemente contra la arena de las conocidas playas negras de la ciudad, el ajetreo de las máquinas de descarga más al norte en el puerto, el olor del pescado recién frito a unas habitaciones de distancia, la voz melodiosa de su madre mientras canturreaba sudando entre los fuegos. Pudo sentir un leve hormigueo en las manos, como cada vez que se sentía excitado, volvía a revivir todos esos recuerdos, volvía a estar en casa después de tanto tiempo.
Caminó lentamente saboreando el regreso acosado por la prisa de todos los pasajeros que andaban inquietos hacia su destino. Un vendedor de periódicos intentaba calentarse las manos enguantadas mientras observaba detenidamente a Dorian.
-Buenos días- le dijo Dorian de nuevo con su fingido acento francés- el Torre de Babel- el tendero ya le ofrecía el periódico cuando la sangre desapareció de su rostro- Hijo de puta- consiguió decir finalmente, olvidando simular incluso el acento.
-¿Cómo ha dicho?- dijo el vendedor fingiendo no haber oído el insulto.
- Oh, lo siento disculpe no me refería a usted, acaban de robarme la cartera- metió la mano en el bolsillo interior del pantalón y extrajo un billete de diez nombres- Quédese con la vuelta- Dorian tomó el diario y se marchó mientras su mente se llenaba de tormentas.
Todo aquel tiempo, todo el entrenamiento y preparación, cada prueba y cada sufrimiento experimentado para nada, el primer día de vuelta, aún sin haber llegado a pisar de nuevo su hogar y había pasado. Dorian, como así afirmaba el documento de identidad que descansaba en la cartera de cuero negra que Dedoslargos le había afanado, había pasado más de la mitad de su vida aprendiendo y perfeccionando aquel viejo oficio, y él con un simple recurso de ratero experimentado le había conseguido robar.
Sentía como la fuerza le fallaba las rodillas y tuvo que sentarse en uno de los bancos de la estación, la gente miraba la crispación y la palidez de su rostro, pero él no podía verlos, no podía comprender. El hormigueo había vuelto con más fuerza a sus dedos y pudo comprobar detenidamente que también el rubor de sus mejillas. Estaba furioso y debía resarcirse, demostrarle a aquel estafador de pacotilla que no podía jugársela.
Volvió a recuperar las fuerzas y se encaminó decidido al exterior, allí no encontró ni rastro de aquel trío que había conseguido engañarle, sin embargo tenía un nombre, un apodo al menos y, por supuesto, conocía a Hans.
- Buenos días, Hans- dijo Dorian con tono jovial, esta vez en un perfecto alemán, cuando descolgaron al otro lado del móvil.
- Dirás buenas noches, bastardo- fue la respuesta somnolienta.
- Necesito un favor, Sil, gánate el sueldo que te pago todos los meses y deja de lloriquear, firmaste un pacto con el diablo. Si son las cuatro de la mañana o cualquier hora en tu mierda de Heidelberg, te levantas conectas el jodido ordenador y encuentras lo que quiera que encuentres, además en unos minutos tenías que despertarte así que qué más te da Sil- soltó a toda prisa sin cambiar en ningún momento el tono- Tan sólo dispongo de su sobrenombre, en esta ciudad del diablo es lo más importante, por tanto dudo que tengas problemas en localizarlo en la base de datos de la policía, Dedoslargos así se hace llamar, espero tu informe, mueve el culo- Ni siquiera esperó respuesta, colgó indiferente al mismo tiempo que alzaba la mano enguantada para llamar a un taxi.
Sil era su hombre de la red, gracias a él podía saber prácticamente cualquier cosa con un ordenador y el tiempo suficiente, generalmente escaso. Se conocieron en Las Vegas, Dorian había preparado un golpe contra uno de los clientes estrella de Rodeo, un famoso casino de la ciudad. Resultó que dicho cliente de abultada cartera era Hans Boën, conocido en Internet como Silmaril (nombre proveniente de su mayor y más enfermiza afición el universo Tolkien), que malgastaba a gran velocidad el dinero que había conseguido estafarle a una puntera empresa de Frankfurt. Cuando Dorian averiguó el origen del dinero cambió de parecer y le propuso formar parte de su sociedad privada. Hans no se lo pensó demasiado al conocer el currículum vitae de Dorian: GantBlanc en Francia, The Chameleon en Inglaterra y Estados Unidos y Sombra en España, Alemania e incluso Rusia y los países del este europeo, además de otros hurtos de bastante envergadura, cuyas víctimas habían preferido tapar. La decisión fue casi instantánea y juntos formaban un grupo infalible, Dorian escogía y preparaba las sustracciones y Hans le aportaba toda la información que considerasen oportuna, así como cualquier sabotaje informático pertinente.
El cosquilleo de sus manos no desaparecía, sin embargo intentaba autoconvencerse de no perder el control. Ya habría tiempo de venganzas, ahora debía mantener la calma y tener las ideas claras, en unos minutos llegaría al Grand Central en la zona este del Homenaje, al norte de la ciudad. El reloj marcaba las 9:13 de la mañana, a cuarenta y siete minutos para que el juego empezara. Tiempo suficiente.
El taxi no tardó más de veintidós minutos en recorrer las atestadas calles desde Apple Hat hasta la zona empresarial del norte, ayudado en gran medida por los dos billetes de diez que habían llegado a su depósito personal. Tras pagar la cantidad que mostraba el taxímetro comenzó a caminar revisando de nuevo la hora.
Parado frente al reflejo de la puerta del Grand Central revisó su aspecto. La perilla falsa de un color avellana, al igual que la peluca, se encontraba en perfecto estado, se quitó el sombrero para asegurarse de no descolocarla en el interior, cuando estuvo seguro giró la puerta.
Un par de guardias lo saludaron nada más entrar y le señalaron la máquina de metal que obstaculizaba la entrada. Sin pensarlo dos veces, dejó el maletín y la bolsa de viaje en la cinta corredera para su inspección y traspaso el detector, no hubo alarma alguna. Sonrió al agente encargado de visualizar las bolsas y se marchó hacia una de las terminales del banco. Tras varios minutos de espera una mujer sobremaquillada le atendió con gesto cansado.
- ¿En qué puedo ayudarle señor?- dijo observando el maletín que Dorian sostenía en la mano derecha.
- Quería ver al director, por favor. Mi nombre es Dorian Dariq, ayer concerté una cita con él- dijo alargándole el pasaporte que guardaba en el mismo lugar que el dinero, en el bolsillo interior de su gabardina.
La mujer tomó el pasaporte y descolgó el teléfono, al cabo de unos segundos un hombre con pajarita azul y una sonrisa de oreja a oreja apareció a su lado, instintivamente Dorian desconfió de él nada más verlo, avisado por la misma intuición, y ya había aprendido la lección. Le tendió la mano y le devolvió la sonrisa. Aquel hombre enjuto y sonriente le condujo hasta su despacho. Dorian pudo observar cuatro cámaras a lo largo del camino, dos guardias más, y antes de sentarse volvió a experimentar aquel cosquilleo, esta vez era de aprobación.
Mientras hablaban de los requisitos y detalles de aquella transacción ficticia, Dorian pulsó el botón de llamada y acto seguido de desconexión, todo con un movimiento totalmente disimulado. El hombre de la pajarita continuaba felizmente con sus batallitas mientras esperaba pacientemente, todo cuanto él sabía que iba a suceder.
- Oh vaya, acaba de apagarse mi ordenador- dijo el hombrecillo llevándose las manos nerviosas a la pajarita.

10:00 a. m. marcaba el reloj de Dorian.

Propuestas

Ante este parón después de tan sólo dos entradas, traquilos fervientes admiradores en unos días aparecerá la tercera parte de esta paranoia...Hasta entonces propongo, a los 3 o 4 que os metéis y a los que en el futuro me lean (no serán demasiados pero también hay que contarlos), que hagáis peticiones. Me explico. Sé que no soy el mejor escritor del mundo, es más ni tan siquiera lo soy, pero ¿cuándo habéis oído que uno os proponga escribir sobre lo que queráis? Puede ser una historia de Batman, de las chicas Gilmore, de porqué el culo de Zocko es popularmente conocido, cualquier petición es buena ya que me obligaréis a satisfacerla y así ponerme un poco cada día...

Bueno ahí queda mi propuesta espero que haya alguna petición, por lo menos...
Un saludo...

10:35 a.m. (1ª Parte)


Lucky


Viernes 13 de Noviembre 06:24


Un día más le despertó el estridente sonido del móvil. Exasperado miró la hora en verde del despertador, un parpadeante 06:24. Lanzó una maldición contra la almohada y algo más calmado alargó el brazo hasta el móvil, que continuaba sonando y vibrando.

- Lucky- contestó con el ceño fruncido mientras se masajeaba la frente.

- Hola soldado, en diez minutos en tu portal, nos toca hacer entrega en el tren de las siete, no nos hagas esperar- sonó la voz de Dedoslargos al otro lado del teléfono, acto seguido colgó.

Se lanzó contra la almohada y volvió a maldecir una y otra vez. Finalmente se decidió a vestirse rápidamente, después de poner a calentar café. El agua corría por el lavabo mientras Lucky se miraba absorto en el espejo.

Su rostro antes joven y atractivo estaba contraído por el cansancio, unas enormes ojeras oscuras rodeaban sus ojos castaños. ¿Pero cómo debía estar? Desde hacía tres meses se encontraba como infiltrado en la principal familia mafiosa de Anónima, entre los hombres de Il Capo. “Tu expediente impecable y tu ascendencia italiana te harán ser uno más, no debes preocuparte de nada, hijo” dijo el comisario días después de su traslado a aquella ciudad sin nombre. Por supuesto el cabrón mentía, todos los días podrían ser el último, cada palabra cada gesto podía delatarle y la tensión comenzaba a hacer mella en su salud.

Dedoslargos, un capitán de la familia era su supervisor, el responsable de su bienestar en Anónima. Su sobrenombre había surgido de su inigualable habilidad a la hora de sustraer cualquier cosa, en cualquier momento a cualquiera. Se habían conocido en una partida de póker organizada por el mismo Dedoslargos, Lucky era un soldado recientemente incorporado a las filas de Il Capo, gracias a uno de los contactos del cuerpo en la familia, un chico extranjero que intentaba hacerse hueco en la sociedad delictiva, todavía recaían ciertas sospechas sobre su lealtad y se dedicaba a realizar trabajos de escaso interés.

En aquella ocasión su cometido era asegurar la total tranquilidad del juego, allí se encontraban varios hombres más de Dedoslargos, entre los que destacaba Yunque, su guardaespaldas personal. Si Dedoslargos era de apariencia frágil y quebradiza, Yunque era su opuesto, una enorme masa de músculos y grasa, capaz de aplastar cabezas de un solo puñetazo. En algún momento de la noche Dedoslargos le tendió un paquete de fichas por valor de quinientos nombres, la moneda de la ciudad.

- Si quieres formar parte de mi equipo, chico, debes demostrar de qué pasta estás hecho, ya que a mí me tienen prohibido participar- se señaló los dedos finos y largos que le habían hecho famoso- me gusta que mis hombres marquen terreno.

Desconcertado y acongojado tomó asiento. Fue a parar entre un cirujano, de una pujante clínica estética de Lass Dermont, y un cobrador de hacienda jubilado que frecuentaba aquellas partidas. Tres horas después, haciendo honor a su apodo, los había arruinado a ambos y a un tercer jugador, que se había largado del lugar entre amenazas y acompañado por el inmenso Yunque. En su haber contaba con treinta mil nombres, Dedoslargos le cogió la mano antes de que cogiese las cartas para la siguiente partida y con la mirada algo extraña le dijo que se retirara, claramente Lucky sólo se quedó con los primeros dos mil nombres y el resto pasó a manos de su superior. Había encontrado un filón gracias a su suerte.

Desde pequeño siempre había destacado por tener estrella, conseguía salir airoso de prácticamente todos los líos en los que se metía, despuntaba en todo aquello en lo que se interesaba, por ello había decidido bautizarse como Lucky y, gracias a unas cuantas partidas de su juego por excelencia, acababa de ganar el derecho a formar parte del grupo de un capitán y seguir con aquel alias, labrándose un lugar en la sociedad de esta extraña ciudad. Así funciona Anónima, los nombres sólo importan en el bolsillo, decirlo en público se considera una falta de respeto, una muestra de debilidad, sin un apodo no existes y los apodos deben ganarse. Lucky se había ganado el suyo.

Desde ese día todo había cambiado, en todas las partidas que organizaba siempre había un hueco para el jugador estrella y, por supuesto, para el porcentaje que debía reservarle. Pero no sólo había conseguido una posición sólida en la organización, sino que además se había convertido en su protegido, allá donde iba Dedoslargos iban Yunque y Lucky, y eso conllevaba que si un jueves a las 6:24 de la mañana debía estar arriba para un encargo, no había más que hablar.

Por fin cerró el grifo y volvió a masajearse la frente, aquel dolor de cabeza le estaba matando. Apagó el café y se sirvió una taza humeante con una cucharada de azúcar y comenzó a apurarlo mientras observaba la calle a través de la ventana de la cocina. Allí estaba el coche verde oliva de Yunque, Lucky pudo imaginar a su jefe repiqueteando impaciente la guantera con sus famosos dedos.

“Con gusto te los partiría, Aguilucho”- pensó utilizando el mote de Dedoslargos antes de empezar a escalar en la jerarquía de la mafia y que hacía referencia a la pronunciación de su nariz.

Antes de salir se puso la chaqueta de cuero, activó la grabadora instalada en su móvil y rebuscó en el estante de las especias, al fondo, de donde sacó su revólver. Comprobó el cargador y lo guardó en la parte posterior de su cintura.

- Buenos días Lucky, ¿cómo ha ido la noche?- tal y como había predicho sus dedos seguían repiqueteando la guantera.

- Hasta que ha acabado hace diez minutos, bastante bien- le contestó con ironía.

Yunque emitió un gruñido a modo de saludo y abandonaron el lugar a toda velocidad.

El sol aún no había aparecido y las luces de la ciudad golpeaban el cristal, algo empañado, por el que Lucky observaba distraído. El camino fue corto y antes de darse cuenta ya se encontraban en la estación del distrito de Apple Hat.

Mientras los dos se encargaron de bajar las maletas el capitán se entretenía observando ascender el vaho, Yunque le indicó que debía dejar una de ellas en el maletero. Cuatro maletas cargaban en total, con un contenido de, al menos, cincuenta kilos. No era la primera vez que se encargaban de aquel reparto, pero Lucky estaba completamente impresionado por la facilidad y la impunidad de las transacciones de la mafia en Anónima.

Dedoslargos, que iba por delante, preguntó por su contacto en la taquilla de la estación, todo estaba prácticamente desierto exceptuando a dos o tres mendigos hacinados en las esquinas y semidormidos pasajeros que esperaban el mismo tren de las siete. De una puerta lateral apareció Caramelo, Dedoslargos le extendió un sobre blanco, que el encargado del ferrocarril escondió rápidamente en el bolsillo interior de su chaqueta, acto seguido comenzó a señalarles que le siguieran.

Stuart Benson, alias Caramelo, cuando Lucky hubiese cumplido su misión (es decir, llenar de mierda hasta el cuello, al menos en un principio, a Dedoslargos, El Gajo y Botaslimpias, tres de los capitanes más débiles de Il Capo, pescar peces más gordos podría ser un gran aliciente, pero aún estaba muy lejano), él sería el siguiente.

Lucky le sonrió al pasar a su lado y en aquella habitación con olor a lejía, en la que siempre esperaban el tren de las siete, se encendió su primer cigarrillo. Hacía tiempo que había conseguido dejar aquel vicio de adolescencia, pero en los últimos días había vuelto a recaer, alargó un par de pitillos más a sus dos acompañantes y allí permanecieron hasta las siete en punto. Caramelo volvió y abrió la puerta que daba a la vía.

Una vez en el tren con dirección a Bursipa, la ciudad gemela de Anónima situada a setenta y cinco kilómetros al oeste del río Nimrod, que rodea la ciudad. La travesía de ida se llevó a cabo sin incidentes, al llegar a Bursipa dejaron cuatro maletas en el andén, mientras Dedoslargos y su análogo de la ciudad intercambiaban un apretón de manos y un sobre, esta vez mucho más abultado, iba a parar al bolsillo interior de Dedoslargos. Aquella habría sido una ocasión perfecta para atrapar al primero de los objetivos de la unidad a la que pertenecía Lucky, que grababan y escuchaban atentos desde la oficina todo cuanto ocurría, sin embargo esperaban algo más grande, una chuchería más dulce y compartida.

Y eso era todo, casi cincuenta kilos de cocaína intercambiados entre dos ciudades, sin mayor preocupación que cargar y descargar cinco maletas. Del puerto de Anónima a manos de Dedoslargos y de ahí, vía tren de las siete al andén número dos de Bursipa.

El tren de vuelta salió quince minutos después, el sol ya se encontraba en lo alto y habían caído un par de cigarrillos más cuando un hombre, de pelo castaño y bigote poblado, entró en la sección en la que se encontraban Lucky y sus acompañantes.

- Buenos días, caballeros siento importunarles ¿puedo tomar asiento?- preguntó el hombre con acento francés a la vez que se quitaba su sombrero gris, los tres asintieron y el hombre fue a sentarse junto a Dedoslargos que le recibió con una sonrisa.

Lucky observaba, distraído de nuevo, el paisaje a través del cristal, de fondo oía como aquel hombre y su jefe conversaban animadamente, coreados por los ronquidos secos de Yunque.

La mano robusta y enorme de su amigo gigante le despertó de repente, ahora a través del cristal volvía a ver el andén de la estación de Apple Hat.

- ¿Adónde vamos ahora jefe?- dijo Yunque una vez sentados en el coche, mientras la calefacción lo hacía habitable.

- Tenemos que hacer un último encargo por hoy, tengo que hablar con un informador y después tendréis el resto del día libre. Lucky, no olvides la partida del sábado- dijo Dedoslargos mientras sacaba una cartera negra de cuero- Umm Dorian Dariq de París, cuarenta años y trescientos nombres en la cartera...encantado Dorian- añadió cogiendo el dinero.

- Oh vamos- se sorprendió Lucky, comprendiendo lo que había hecho su jefe

- En este negocio hay que estar siempre alerta, mi afortunado amigo, bueno Yunque dirección a la Caverna.

La Caverna de Polifemo era un bar poco frecuente en Anónima en cuanto a clientela. Los libros cubrían gran parte de las paredes del local, varias mesas de madera y sillones de cuero verde se repartían por la estancia, la cual estaba ligeramente iluminada en algunas secciones dejando otros lugares en la oscuridad, donde de vez en cuando se veía el fulgor de algún cigarrillo encendido. Al fondo, había una zona de baile presidida por un escenario, donde un micrófono rodeado del humo de la estancia permanecía erguido y acompañado, únicamente, por un piano negro.

El lugar se situaba a apenas cuatro manzanas de los Jardines, sin embargo, todo el mundo respetaba a Polifemo, un anciano encorvado, que a pesar de sus años poseía un tamaño respetable, en su juventud había llegado a medir los dos metros y, de ahí, procedía el símil con el cíclope de la Odisea. La Caverna era un antro de peregrinaje para todo tipo de personajes, desde escritores y músicos, pasando por policías retirados que nunca terminaban de pedir la última y jóvenes de café y cigarrillo, hasta gente como Dedoslargos y Yunque.

- Hola General- le saludó Dedoslargos arrastrando un billete por la barra.

- Veo que esta mañana se ha despertado viento fuerte, los pajarracos se han caído del nido- bromeó el anciano con cierto tono despectivo en la voz- No necesito tus limosnas para mantener la boca cerrada, si no oigo nada no tengo nada que decir, Dunc el Sonrisas te espera al fondo, junto al escenario, no quiero líos- y dicho esto se marchó a rellenar la copa de un hombre al que el joven no supo ubicar pero algo en su mirada le recordó a alguien, vestía una vieja gabardina negra y un sombrero del mismo color, un puro humeaba en su boca mientras unos ojos duros y fríos le miraban analizándole, al momento hizo un leve movimiento de saludo con la cabeza y se giró hacia su vaso charlando con Polifemo.

Dunc el Sonrisas les recibió con un golpe de olor acre de sudor y una mueca que pretendía ser una sonrisa, que más parecía la expresión de un lobo enseñando los dientes. Tenía un aspecto desaliñado y su pelo, peinado con la raya en el medio, denotaba un aspecto graso y sucio. Los tres hombres se sentaron frente a él sobre uno de aquellos cómodos sillones. Sonrisas fijó sus negros ojos, sin cambiar aquella desquiciante mueca de su cara grasienta y abultada. Lucky no pudo más que sentir repugnancia hacia aquel personaje.

- Vaya, vaya- dijo por fin apartando sus ojos de Lucky- Aquí tenemos al afortunado, han llegado a mis oídos tus hazañas con los naipes, dime joven ¿cómo lo haces? Es un juego de muñecas, parecido al de nuestro hábil amigo de tu derecha- dijo refiriéndose a Dedoslargos- O...no, espera...no me lo digas...algún tipo de juego mental, cuentas las cartas, o tienes a nuestro amigo de la izquierda soplándote las cartas a través de un pinganillo- esta última frase vino acompañada de un escalofrío escalando de principio a fin su columna vertebral, Sonrisas amplió aquella mueca lobuna y pudo averiguar sin lugar a dudas el significado de aquel brillo intenso de sus ojos- Oh vamos, tienes que decírmelo Charl...digo Lucky, donde tendré la cabeza.

- Creo que no me encuentro bien ¿me disculpáis un momento?- la angustia comenzaba a emerger por su garganta.

- Claro, Lucky, no tardes- le contestó Dedoslargos con un tono extraño.

Luchando por mantener las formas hasta el servicio salió precipitadamente del sillón en el que estaba sentado, uno de los clientes del lugar al ver su palidez le señaló desganadamente la localización del aseo. Al entrar no pudo sostener el contenido de su estómago que derramó violentamente en el suelo junto a uno de los retretes, casi instantáneamente la fuerza de sus piernas le falló y cayó precipitadamente contra el piso.
Su primera reacción fue llevarse la mano al bolsillo para dar el aviso a la comisaría, pero incluso aquello le falló, el móvil ya no estaba allí.

“Jodido Dedoslargos.”

La segunda fue abalanzarse hacia la estrecha ventana que iluminaba la estancia e intentar abrirla, pero estaba demasiado alto para llegar.

“Jodida Caverna y jodido Polifemo.”

La tercera fue sudar, maldecir y pegarse desesperadamente a la pared. Acababan de aparecer Dedoslargos con su móvil en la mano, seguido de Yunque con su propio revólver y aquella sonrisa hiriente y repugnante.

“Jodido revólver, jodido Yunque, jodido Sonrisas, ¡joder! que os jodan a todos.”- pensó mientras intentaba recordar dónde demonios había dejado su suerte aquella mañana.

Prólogo


Nemo

Viernes 13 de Noviembre - 06:38 a.m.

El sol comienza a emerger por el horizonte bañando con su destello mi ciudad, creando un maravilloso juego de luces y sombras, arrebatándome el aliento y liberando, como tantas otras veces, una lágrima por mis mejillas. Las alimañas de la noche se refugian, de nuevo, en sus oscuras madrigueras, esperando la vuelta de su antifaz. Ésta es mi ciudad, la ciudad sin nombre, salvaje, brutal, cuna de cultura y progreso, de violencia y destrucción, de secretos y máscaras, capaz de engendrar la belleza más deliciosa y los sentimientos más macabros y oscuros. Ésta es mi ciudad, mi hogar, mi refugio. La admiro, la necesito y, sobretodo, la temo. Cada edificio que se perfila desafiante, desde Pidgeon Square hasta Lass Dermont, todas sus tiendas de lujo, hoteles y clubes de actualidad; las colapsadas calles del distrito empresarial, de Rue Bijou al Homenaje, con sus atareados negociantes, que corren, día a día, hacia sus quehaceres, con una mano en el maletín y la otra llena de cualquier comida basura; las largas diagonales de los barrios del Midtown, desde la Avenida Newton a Siddharta Gautama; las Tablas, con sus innumerables y perfectos barrios cuadrangulares; Apple Hat y Límite con sus barrios pobres y las chabolas del extrarradio, que resguardan y poseen a los dos tercios de la población de mi amada urbe. Pero, como olvidar los Jardines de Semíramis o, coloquialmente, los Jardines Colgantes, esa selva salvaje y profunda, maravillosa y feroz, disimulada en el mismo centro de las Tablas, limítrofe con Apple Hat y sometida al dominio de los auténticos hijos e hijas de esta ciudad del infierno.


Como ella, no tengo nombre, soy una sombra del tiempo, un observador encarcelado entre estas cuatro paredes, podridas, tan viejas como mi alma. Aquí permanezco en un silencio expectante, capturando en papel las frugales vidas, que vienen y van, de este nido de ratas, mientras espero a que llegue el momento en el que deba cumplir mi auténtico cometido. Soy la balanza entre el caos y el orden, el hacha del verdugo, el juez sin tribuna...Yo no puedo ser sin ella, tanto como ella no puede ser sin mí...Ella me admira, me necesita y me teme...Y sé, que mi regreso está próximo...