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10:35 a.m. (1ª Parte)


Lucky


Viernes 13 de Noviembre 06:24


Un día más le despertó el estridente sonido del móvil. Exasperado miró la hora en verde del despertador, un parpadeante 06:24. Lanzó una maldición contra la almohada y algo más calmado alargó el brazo hasta el móvil, que continuaba sonando y vibrando.

- Lucky- contestó con el ceño fruncido mientras se masajeaba la frente.

- Hola soldado, en diez minutos en tu portal, nos toca hacer entrega en el tren de las siete, no nos hagas esperar- sonó la voz de Dedoslargos al otro lado del teléfono, acto seguido colgó.

Se lanzó contra la almohada y volvió a maldecir una y otra vez. Finalmente se decidió a vestirse rápidamente, después de poner a calentar café. El agua corría por el lavabo mientras Lucky se miraba absorto en el espejo.

Su rostro antes joven y atractivo estaba contraído por el cansancio, unas enormes ojeras oscuras rodeaban sus ojos castaños. ¿Pero cómo debía estar? Desde hacía tres meses se encontraba como infiltrado en la principal familia mafiosa de Anónima, entre los hombres de Il Capo. “Tu expediente impecable y tu ascendencia italiana te harán ser uno más, no debes preocuparte de nada, hijo” dijo el comisario días después de su traslado a aquella ciudad sin nombre. Por supuesto el cabrón mentía, todos los días podrían ser el último, cada palabra cada gesto podía delatarle y la tensión comenzaba a hacer mella en su salud.

Dedoslargos, un capitán de la familia era su supervisor, el responsable de su bienestar en Anónima. Su sobrenombre había surgido de su inigualable habilidad a la hora de sustraer cualquier cosa, en cualquier momento a cualquiera. Se habían conocido en una partida de póker organizada por el mismo Dedoslargos, Lucky era un soldado recientemente incorporado a las filas de Il Capo, gracias a uno de los contactos del cuerpo en la familia, un chico extranjero que intentaba hacerse hueco en la sociedad delictiva, todavía recaían ciertas sospechas sobre su lealtad y se dedicaba a realizar trabajos de escaso interés.

En aquella ocasión su cometido era asegurar la total tranquilidad del juego, allí se encontraban varios hombres más de Dedoslargos, entre los que destacaba Yunque, su guardaespaldas personal. Si Dedoslargos era de apariencia frágil y quebradiza, Yunque era su opuesto, una enorme masa de músculos y grasa, capaz de aplastar cabezas de un solo puñetazo. En algún momento de la noche Dedoslargos le tendió un paquete de fichas por valor de quinientos nombres, la moneda de la ciudad.

- Si quieres formar parte de mi equipo, chico, debes demostrar de qué pasta estás hecho, ya que a mí me tienen prohibido participar- se señaló los dedos finos y largos que le habían hecho famoso- me gusta que mis hombres marquen terreno.

Desconcertado y acongojado tomó asiento. Fue a parar entre un cirujano, de una pujante clínica estética de Lass Dermont, y un cobrador de hacienda jubilado que frecuentaba aquellas partidas. Tres horas después, haciendo honor a su apodo, los había arruinado a ambos y a un tercer jugador, que se había largado del lugar entre amenazas y acompañado por el inmenso Yunque. En su haber contaba con treinta mil nombres, Dedoslargos le cogió la mano antes de que cogiese las cartas para la siguiente partida y con la mirada algo extraña le dijo que se retirara, claramente Lucky sólo se quedó con los primeros dos mil nombres y el resto pasó a manos de su superior. Había encontrado un filón gracias a su suerte.

Desde pequeño siempre había destacado por tener estrella, conseguía salir airoso de prácticamente todos los líos en los que se metía, despuntaba en todo aquello en lo que se interesaba, por ello había decidido bautizarse como Lucky y, gracias a unas cuantas partidas de su juego por excelencia, acababa de ganar el derecho a formar parte del grupo de un capitán y seguir con aquel alias, labrándose un lugar en la sociedad de esta extraña ciudad. Así funciona Anónima, los nombres sólo importan en el bolsillo, decirlo en público se considera una falta de respeto, una muestra de debilidad, sin un apodo no existes y los apodos deben ganarse. Lucky se había ganado el suyo.

Desde ese día todo había cambiado, en todas las partidas que organizaba siempre había un hueco para el jugador estrella y, por supuesto, para el porcentaje que debía reservarle. Pero no sólo había conseguido una posición sólida en la organización, sino que además se había convertido en su protegido, allá donde iba Dedoslargos iban Yunque y Lucky, y eso conllevaba que si un jueves a las 6:24 de la mañana debía estar arriba para un encargo, no había más que hablar.

Por fin cerró el grifo y volvió a masajearse la frente, aquel dolor de cabeza le estaba matando. Apagó el café y se sirvió una taza humeante con una cucharada de azúcar y comenzó a apurarlo mientras observaba la calle a través de la ventana de la cocina. Allí estaba el coche verde oliva de Yunque, Lucky pudo imaginar a su jefe repiqueteando impaciente la guantera con sus famosos dedos.

“Con gusto te los partiría, Aguilucho”- pensó utilizando el mote de Dedoslargos antes de empezar a escalar en la jerarquía de la mafia y que hacía referencia a la pronunciación de su nariz.

Antes de salir se puso la chaqueta de cuero, activó la grabadora instalada en su móvil y rebuscó en el estante de las especias, al fondo, de donde sacó su revólver. Comprobó el cargador y lo guardó en la parte posterior de su cintura.

- Buenos días Lucky, ¿cómo ha ido la noche?- tal y como había predicho sus dedos seguían repiqueteando la guantera.

- Hasta que ha acabado hace diez minutos, bastante bien- le contestó con ironía.

Yunque emitió un gruñido a modo de saludo y abandonaron el lugar a toda velocidad.

El sol aún no había aparecido y las luces de la ciudad golpeaban el cristal, algo empañado, por el que Lucky observaba distraído. El camino fue corto y antes de darse cuenta ya se encontraban en la estación del distrito de Apple Hat.

Mientras los dos se encargaron de bajar las maletas el capitán se entretenía observando ascender el vaho, Yunque le indicó que debía dejar una de ellas en el maletero. Cuatro maletas cargaban en total, con un contenido de, al menos, cincuenta kilos. No era la primera vez que se encargaban de aquel reparto, pero Lucky estaba completamente impresionado por la facilidad y la impunidad de las transacciones de la mafia en Anónima.

Dedoslargos, que iba por delante, preguntó por su contacto en la taquilla de la estación, todo estaba prácticamente desierto exceptuando a dos o tres mendigos hacinados en las esquinas y semidormidos pasajeros que esperaban el mismo tren de las siete. De una puerta lateral apareció Caramelo, Dedoslargos le extendió un sobre blanco, que el encargado del ferrocarril escondió rápidamente en el bolsillo interior de su chaqueta, acto seguido comenzó a señalarles que le siguieran.

Stuart Benson, alias Caramelo, cuando Lucky hubiese cumplido su misión (es decir, llenar de mierda hasta el cuello, al menos en un principio, a Dedoslargos, El Gajo y Botaslimpias, tres de los capitanes más débiles de Il Capo, pescar peces más gordos podría ser un gran aliciente, pero aún estaba muy lejano), él sería el siguiente.

Lucky le sonrió al pasar a su lado y en aquella habitación con olor a lejía, en la que siempre esperaban el tren de las siete, se encendió su primer cigarrillo. Hacía tiempo que había conseguido dejar aquel vicio de adolescencia, pero en los últimos días había vuelto a recaer, alargó un par de pitillos más a sus dos acompañantes y allí permanecieron hasta las siete en punto. Caramelo volvió y abrió la puerta que daba a la vía.

Una vez en el tren con dirección a Bursipa, la ciudad gemela de Anónima situada a setenta y cinco kilómetros al oeste del río Nimrod, que rodea la ciudad. La travesía de ida se llevó a cabo sin incidentes, al llegar a Bursipa dejaron cuatro maletas en el andén, mientras Dedoslargos y su análogo de la ciudad intercambiaban un apretón de manos y un sobre, esta vez mucho más abultado, iba a parar al bolsillo interior de Dedoslargos. Aquella habría sido una ocasión perfecta para atrapar al primero de los objetivos de la unidad a la que pertenecía Lucky, que grababan y escuchaban atentos desde la oficina todo cuanto ocurría, sin embargo esperaban algo más grande, una chuchería más dulce y compartida.

Y eso era todo, casi cincuenta kilos de cocaína intercambiados entre dos ciudades, sin mayor preocupación que cargar y descargar cinco maletas. Del puerto de Anónima a manos de Dedoslargos y de ahí, vía tren de las siete al andén número dos de Bursipa.

El tren de vuelta salió quince minutos después, el sol ya se encontraba en lo alto y habían caído un par de cigarrillos más cuando un hombre, de pelo castaño y bigote poblado, entró en la sección en la que se encontraban Lucky y sus acompañantes.

- Buenos días, caballeros siento importunarles ¿puedo tomar asiento?- preguntó el hombre con acento francés a la vez que se quitaba su sombrero gris, los tres asintieron y el hombre fue a sentarse junto a Dedoslargos que le recibió con una sonrisa.

Lucky observaba, distraído de nuevo, el paisaje a través del cristal, de fondo oía como aquel hombre y su jefe conversaban animadamente, coreados por los ronquidos secos de Yunque.

La mano robusta y enorme de su amigo gigante le despertó de repente, ahora a través del cristal volvía a ver el andén de la estación de Apple Hat.

- ¿Adónde vamos ahora jefe?- dijo Yunque una vez sentados en el coche, mientras la calefacción lo hacía habitable.

- Tenemos que hacer un último encargo por hoy, tengo que hablar con un informador y después tendréis el resto del día libre. Lucky, no olvides la partida del sábado- dijo Dedoslargos mientras sacaba una cartera negra de cuero- Umm Dorian Dariq de París, cuarenta años y trescientos nombres en la cartera...encantado Dorian- añadió cogiendo el dinero.

- Oh vamos- se sorprendió Lucky, comprendiendo lo que había hecho su jefe

- En este negocio hay que estar siempre alerta, mi afortunado amigo, bueno Yunque dirección a la Caverna.

La Caverna de Polifemo era un bar poco frecuente en Anónima en cuanto a clientela. Los libros cubrían gran parte de las paredes del local, varias mesas de madera y sillones de cuero verde se repartían por la estancia, la cual estaba ligeramente iluminada en algunas secciones dejando otros lugares en la oscuridad, donde de vez en cuando se veía el fulgor de algún cigarrillo encendido. Al fondo, había una zona de baile presidida por un escenario, donde un micrófono rodeado del humo de la estancia permanecía erguido y acompañado, únicamente, por un piano negro.

El lugar se situaba a apenas cuatro manzanas de los Jardines, sin embargo, todo el mundo respetaba a Polifemo, un anciano encorvado, que a pesar de sus años poseía un tamaño respetable, en su juventud había llegado a medir los dos metros y, de ahí, procedía el símil con el cíclope de la Odisea. La Caverna era un antro de peregrinaje para todo tipo de personajes, desde escritores y músicos, pasando por policías retirados que nunca terminaban de pedir la última y jóvenes de café y cigarrillo, hasta gente como Dedoslargos y Yunque.

- Hola General- le saludó Dedoslargos arrastrando un billete por la barra.

- Veo que esta mañana se ha despertado viento fuerte, los pajarracos se han caído del nido- bromeó el anciano con cierto tono despectivo en la voz- No necesito tus limosnas para mantener la boca cerrada, si no oigo nada no tengo nada que decir, Dunc el Sonrisas te espera al fondo, junto al escenario, no quiero líos- y dicho esto se marchó a rellenar la copa de un hombre al que el joven no supo ubicar pero algo en su mirada le recordó a alguien, vestía una vieja gabardina negra y un sombrero del mismo color, un puro humeaba en su boca mientras unos ojos duros y fríos le miraban analizándole, al momento hizo un leve movimiento de saludo con la cabeza y se giró hacia su vaso charlando con Polifemo.

Dunc el Sonrisas les recibió con un golpe de olor acre de sudor y una mueca que pretendía ser una sonrisa, que más parecía la expresión de un lobo enseñando los dientes. Tenía un aspecto desaliñado y su pelo, peinado con la raya en el medio, denotaba un aspecto graso y sucio. Los tres hombres se sentaron frente a él sobre uno de aquellos cómodos sillones. Sonrisas fijó sus negros ojos, sin cambiar aquella desquiciante mueca de su cara grasienta y abultada. Lucky no pudo más que sentir repugnancia hacia aquel personaje.

- Vaya, vaya- dijo por fin apartando sus ojos de Lucky- Aquí tenemos al afortunado, han llegado a mis oídos tus hazañas con los naipes, dime joven ¿cómo lo haces? Es un juego de muñecas, parecido al de nuestro hábil amigo de tu derecha- dijo refiriéndose a Dedoslargos- O...no, espera...no me lo digas...algún tipo de juego mental, cuentas las cartas, o tienes a nuestro amigo de la izquierda soplándote las cartas a través de un pinganillo- esta última frase vino acompañada de un escalofrío escalando de principio a fin su columna vertebral, Sonrisas amplió aquella mueca lobuna y pudo averiguar sin lugar a dudas el significado de aquel brillo intenso de sus ojos- Oh vamos, tienes que decírmelo Charl...digo Lucky, donde tendré la cabeza.

- Creo que no me encuentro bien ¿me disculpáis un momento?- la angustia comenzaba a emerger por su garganta.

- Claro, Lucky, no tardes- le contestó Dedoslargos con un tono extraño.

Luchando por mantener las formas hasta el servicio salió precipitadamente del sillón en el que estaba sentado, uno de los clientes del lugar al ver su palidez le señaló desganadamente la localización del aseo. Al entrar no pudo sostener el contenido de su estómago que derramó violentamente en el suelo junto a uno de los retretes, casi instantáneamente la fuerza de sus piernas le falló y cayó precipitadamente contra el piso.
Su primera reacción fue llevarse la mano al bolsillo para dar el aviso a la comisaría, pero incluso aquello le falló, el móvil ya no estaba allí.

“Jodido Dedoslargos.”

La segunda fue abalanzarse hacia la estrecha ventana que iluminaba la estancia e intentar abrirla, pero estaba demasiado alto para llegar.

“Jodida Caverna y jodido Polifemo.”

La tercera fue sudar, maldecir y pegarse desesperadamente a la pared. Acababan de aparecer Dedoslargos con su móvil en la mano, seguido de Yunque con su propio revólver y aquella sonrisa hiriente y repugnante.

“Jodido revólver, jodido Yunque, jodido Sonrisas, ¡joder! que os jodan a todos.”- pensó mientras intentaba recordar dónde demonios había dejado su suerte aquella mañana.

3 comentarios:

Phoebs dijo...

Me gusta la foto, muy apañada en blanco y negro aunque pierda el verde.

Tu "sin city" raruno particular ...

Yo también te leo como el anónimo :)

Ainis dijo...

..."sin un apodo no existes y los apodos deben ganarse."

Parece que estás consiguiendo lectores, beibi.

Txé dijo...

Al fin te leo xD
Mola, los primeros párrafos me recuerdan a ti madrugando...cuando lo haces