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10:35 a.m. (2ª parte)


Dorian

Viernes 13 de Noviembre 08:03 a.m.

Hacía escasos minutos que el tren con dirección a la ciudad sin nombre había dejado la estación. Después de una larga escala desde el aeropuerto Charles de Gaulle, en París, hasta el Artabán en Bursipa Dorian buscaba, de cabina en cabina, un lugar en el que descansar. El prestigioso Alexandros de Anónima se encontraba en restauración desde que una explosión, aún sin explicación oficial, había destruído la sección oeste del mismo. El jet lag seguía afectándole aún después de haber dormido largo y tendido al llegar a Bursipa y aquel viaje en tren no facilitaba las cosas. Los vagones estaban atestados por empresarios y trabajadores que se dirigían a la ciudad gemela a un día más de faena, Dorian, cuyo equipaje únicamente eran una pequeña bolsa de viaje con un par de mudas y un maletín, vagaba adormilado buscando un lugar en el que poder descansar. Finalmente encontró una cabina en la que quedaba un hueco, tres hombres, aparentemente tan adormilados como él, esperaban dentro. Nada más entrar algo despertó su alarma interna y con una gran dosis de fuerza de voluntad se deshizo de todo el cansancio acumulado, aquellos hombres eran peligrosos.
- Buenos días, caballeros siento importunarles ¿puedo tomar asiento?- preguntó Dorian disfrazando su voz con el acento francés que había perfeccionado en su estancia en París, se quitó su sombrero gris y procedió a dejar su escaso equipaje sobre las rejillas destinadas a ello. Los tres hombres le devolvieron débilmente el saludo, uno de ellos acompañándolo de una sonrisa un tanto inquietante.
Arrepentido por su elección se vio obligado a tomar asiento junto al hombre de la sonrisa, de aspecto famélico, que jugueteaba con los dedos sobre una de sus rodillas. El segundo de ellos no le prestó apenas atención y volvió la mirada al exterior. El último ocupante de aspecto imponente echó la cabeza hacia atrás dispuesto a quedarse profundamente dormido, aquello tranquilizó a Dorian, si su apreciación era correcta y estos hombres iban a causarle problemas, prefería no tener que enfrentarse directamente a aquel gigante.
En seguida el hombre de los dedos inquietos comenzó a entablar conversación, al principio un tanto trivial pero pasado un tiempo la charla acabó siendo animada. Dorian pudo advertir que los dos hombres que estaban sentados frente a él respiraban acompasadamente, lo cual desvelaba que ambos estaban dormidos, la desventaja en aquella situación comenzaba a reducirse.
Dedoslargos, que así se hacía llamar aquel hombre de nariz ganchuda, era un gran orador y la tertulia continuó sin ningún contratiempo, aún en contra de sus sensaciones. El viaje había pasado ligero e incluso el cansancio se había quedado de lado.
- Que tengan un buen día- se despidió apresuradamente minutos antes de frenar definitivamente el tren.
Anónima le recibió con una brisa fría y el olor, distante pero presente, del mar mientras el vaho ascendía con cada aliento. Dorian pudo imaginar perfectamente las olas espumosas, chocando constantemente contra la arena de las conocidas playas negras de la ciudad, el ajetreo de las máquinas de descarga más al norte en el puerto, el olor del pescado recién frito a unas habitaciones de distancia, la voz melodiosa de su madre mientras canturreaba sudando entre los fuegos. Pudo sentir un leve hormigueo en las manos, como cada vez que se sentía excitado, volvía a revivir todos esos recuerdos, volvía a estar en casa después de tanto tiempo.
Caminó lentamente saboreando el regreso acosado por la prisa de todos los pasajeros que andaban inquietos hacia su destino. Un vendedor de periódicos intentaba calentarse las manos enguantadas mientras observaba detenidamente a Dorian.
-Buenos días- le dijo Dorian de nuevo con su fingido acento francés- el Torre de Babel- el tendero ya le ofrecía el periódico cuando la sangre desapareció de su rostro- Hijo de puta- consiguió decir finalmente, olvidando simular incluso el acento.
-¿Cómo ha dicho?- dijo el vendedor fingiendo no haber oído el insulto.
- Oh, lo siento disculpe no me refería a usted, acaban de robarme la cartera- metió la mano en el bolsillo interior del pantalón y extrajo un billete de diez nombres- Quédese con la vuelta- Dorian tomó el diario y se marchó mientras su mente se llenaba de tormentas.
Todo aquel tiempo, todo el entrenamiento y preparación, cada prueba y cada sufrimiento experimentado para nada, el primer día de vuelta, aún sin haber llegado a pisar de nuevo su hogar y había pasado. Dorian, como así afirmaba el documento de identidad que descansaba en la cartera de cuero negra que Dedoslargos le había afanado, había pasado más de la mitad de su vida aprendiendo y perfeccionando aquel viejo oficio, y él con un simple recurso de ratero experimentado le había conseguido robar.
Sentía como la fuerza le fallaba las rodillas y tuvo que sentarse en uno de los bancos de la estación, la gente miraba la crispación y la palidez de su rostro, pero él no podía verlos, no podía comprender. El hormigueo había vuelto con más fuerza a sus dedos y pudo comprobar detenidamente que también el rubor de sus mejillas. Estaba furioso y debía resarcirse, demostrarle a aquel estafador de pacotilla que no podía jugársela.
Volvió a recuperar las fuerzas y se encaminó decidido al exterior, allí no encontró ni rastro de aquel trío que había conseguido engañarle, sin embargo tenía un nombre, un apodo al menos y, por supuesto, conocía a Hans.
- Buenos días, Hans- dijo Dorian con tono jovial, esta vez en un perfecto alemán, cuando descolgaron al otro lado del móvil.
- Dirás buenas noches, bastardo- fue la respuesta somnolienta.
- Necesito un favor, Sil, gánate el sueldo que te pago todos los meses y deja de lloriquear, firmaste un pacto con el diablo. Si son las cuatro de la mañana o cualquier hora en tu mierda de Heidelberg, te levantas conectas el jodido ordenador y encuentras lo que quiera que encuentres, además en unos minutos tenías que despertarte así que qué más te da Sil- soltó a toda prisa sin cambiar en ningún momento el tono- Tan sólo dispongo de su sobrenombre, en esta ciudad del diablo es lo más importante, por tanto dudo que tengas problemas en localizarlo en la base de datos de la policía, Dedoslargos así se hace llamar, espero tu informe, mueve el culo- Ni siquiera esperó respuesta, colgó indiferente al mismo tiempo que alzaba la mano enguantada para llamar a un taxi.
Sil era su hombre de la red, gracias a él podía saber prácticamente cualquier cosa con un ordenador y el tiempo suficiente, generalmente escaso. Se conocieron en Las Vegas, Dorian había preparado un golpe contra uno de los clientes estrella de Rodeo, un famoso casino de la ciudad. Resultó que dicho cliente de abultada cartera era Hans Boën, conocido en Internet como Silmaril (nombre proveniente de su mayor y más enfermiza afición el universo Tolkien), que malgastaba a gran velocidad el dinero que había conseguido estafarle a una puntera empresa de Frankfurt. Cuando Dorian averiguó el origen del dinero cambió de parecer y le propuso formar parte de su sociedad privada. Hans no se lo pensó demasiado al conocer el currículum vitae de Dorian: GantBlanc en Francia, The Chameleon en Inglaterra y Estados Unidos y Sombra en España, Alemania e incluso Rusia y los países del este europeo, además de otros hurtos de bastante envergadura, cuyas víctimas habían preferido tapar. La decisión fue casi instantánea y juntos formaban un grupo infalible, Dorian escogía y preparaba las sustracciones y Hans le aportaba toda la información que considerasen oportuna, así como cualquier sabotaje informático pertinente.
El cosquilleo de sus manos no desaparecía, sin embargo intentaba autoconvencerse de no perder el control. Ya habría tiempo de venganzas, ahora debía mantener la calma y tener las ideas claras, en unos minutos llegaría al Grand Central en la zona este del Homenaje, al norte de la ciudad. El reloj marcaba las 9:13 de la mañana, a cuarenta y siete minutos para que el juego empezara. Tiempo suficiente.
El taxi no tardó más de veintidós minutos en recorrer las atestadas calles desde Apple Hat hasta la zona empresarial del norte, ayudado en gran medida por los dos billetes de diez que habían llegado a su depósito personal. Tras pagar la cantidad que mostraba el taxímetro comenzó a caminar revisando de nuevo la hora.
Parado frente al reflejo de la puerta del Grand Central revisó su aspecto. La perilla falsa de un color avellana, al igual que la peluca, se encontraba en perfecto estado, se quitó el sombrero para asegurarse de no descolocarla en el interior, cuando estuvo seguro giró la puerta.
Un par de guardias lo saludaron nada más entrar y le señalaron la máquina de metal que obstaculizaba la entrada. Sin pensarlo dos veces, dejó el maletín y la bolsa de viaje en la cinta corredera para su inspección y traspaso el detector, no hubo alarma alguna. Sonrió al agente encargado de visualizar las bolsas y se marchó hacia una de las terminales del banco. Tras varios minutos de espera una mujer sobremaquillada le atendió con gesto cansado.
- ¿En qué puedo ayudarle señor?- dijo observando el maletín que Dorian sostenía en la mano derecha.
- Quería ver al director, por favor. Mi nombre es Dorian Dariq, ayer concerté una cita con él- dijo alargándole el pasaporte que guardaba en el mismo lugar que el dinero, en el bolsillo interior de su gabardina.
La mujer tomó el pasaporte y descolgó el teléfono, al cabo de unos segundos un hombre con pajarita azul y una sonrisa de oreja a oreja apareció a su lado, instintivamente Dorian desconfió de él nada más verlo, avisado por la misma intuición, y ya había aprendido la lección. Le tendió la mano y le devolvió la sonrisa. Aquel hombre enjuto y sonriente le condujo hasta su despacho. Dorian pudo observar cuatro cámaras a lo largo del camino, dos guardias más, y antes de sentarse volvió a experimentar aquel cosquilleo, esta vez era de aprobación.
Mientras hablaban de los requisitos y detalles de aquella transacción ficticia, Dorian pulsó el botón de llamada y acto seguido de desconexión, todo con un movimiento totalmente disimulado. El hombre de la pajarita continuaba felizmente con sus batallitas mientras esperaba pacientemente, todo cuanto él sabía que iba a suceder.
- Oh vaya, acaba de apagarse mi ordenador- dijo el hombrecillo llevándose las manos nerviosas a la pajarita.

10:00 a. m. marcaba el reloj de Dorian.

1 comentarios:

Txé dijo...

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